Bajo el camuflaje del protocolo de la cumbre de la Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), en Gyeongju, este viernes se midieron dos rivales estratégicos, la primera ministra japonesa Sanae Takaichi y el líder chino Xi Jinping. No fue un simple encuentro diplomático, más un pulso cuidadosamente contenido entre dos potencias con ambiciones que se cruzan en lo económico, tecnológico y, sobre todo, en el plano militar. Detrás de sonrisas medidas y frases de cortesía se libró una batalla de mensajes cifrados, con Taiwán, las rutas del Indo-Pacífico y las cadenas de suministro de minerales críticos como ejes de una competencia que ya ha dejado atrás lo superficial para adentrarse en el terreno de la disuasión estratégica.
El cara a cara entre Xi y Takaichi duró apenas treinta minutos, un deshielo cauteloso donde cada gesto fue calibrado con precisión. Según la televisión estatal china CCTV, Xi instó a “evitar que los conflictos y desacuerdos definan la relación bilateral”. No es retórica vacía, ya que Pekín aspira a mantener la apariencia de estabilidad con Tokio, incluso mientras refuerza su despliegue militar en el Mar de China Oriental y la cercanía aérea a las islas Senkaku/Diaoyu, territorios cuya soberanía siguen disputándose.
En su debut en una cumbre internacional tras jurar el cargo hace una semana, Takaichi respondió con lenguaje diplomático pero sin omitir el fondo. Planteó las detenciones de ciudadanos japoneses en China, las restricciones a productos agropecuarios nipones y, sobre todo, los controles chinos sobre las exportaciones de tierras raras, un recurso estratégico indispensable para las industrias de defensa y tecnología avanzada. En palabras de la nueva mandataria, “la franqueza es el único modo de reconstruir la confianza bilateral”.
Las posiciones quedaron delimitadas con nitidez. Pekin pide contención política, Japón exige previsibilidad económica. Ambos saben que detrás de esas demandas late el pulso por la hegemonía industrial del Indo-Pacífico.
Takaichi, una dirigente con el instinto de un halcón
Que China observe con recelo a Takaichi no es sorpresa. A diferencia de sus antecesores más pragmáticos, la líder conservadora —primera mujer en la historia en dirigir el gobierno nipon— ha defendido abiertamente un refuerzo del poder militar y una redefinición del papel de las Fuerzas de Autodefensa. En su primer discurso ante la Dieta, anunció un gasto en defensa equivalente al 2% del PIB ya en el actual ejercicio fiscal, adelantando dos años la meta fijada por el Ejecutivo de Shigeru Ishiba.
Para Pekín, su historial de declaraciones sobre Taiwán y Yasukuni evoca los fantasmas del revisionismo japonés. Aunque decidió no acudir al controvertido santuario durante el festival de otoño como un gesto simbólicamente moderado, sus vínculos con Taipéi son bien conocidos. Ha sostenido reuniones con dirigentes taiwaneses y ha integrado a figuras abiertamente pro-Taiwán en su gabinete, como el secretario jefe Minoru Kihara, exministro de Defensa y miembro del comité parlamentario Japón-Taiwán.
Por otro lado, Xi evitó enviar su tradicional mensaje de felicitación tras su investidura. El gesto no fue casual. En las altas esferas del Partido Comunista, la ascensión de Takaichi se interpreta como una amenaza ideológica y estratégica por ser una política dispuesta a endurecer su postura en cuestiones de soberanía y seguridad, alineándose sin ambigüedades con Washington.



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